A Bertita la conocen bien en la panadería. Todas las mañanas, desde hace cinco meses, su papá la lleva a escoger la merienda escolar. Con su mochila rosada (es su color favorito) entra contenta, le da el buenos días a la panadera de turno, y con su dedo minúsculo le indica la Lengua, una galleta dulce y crocante, larga y estrecha, con las puntas redondas. - ¿Ya viste por qué se llama Lengua, hija? ¿Ves? - Con la boca abierta, su papá acerca la Lengua a sus labios, sin tocarlos, y le sonríe sacándole la lengua jovialmente. Bertita ríe mucho.
El papá muy contento envuelve la Lengua en una servilleta y la coloca en la lonchera de Bertita. Contiene un jugo de uvas y las rodajas de una naranja.
Bertita se ajusta la falda de su uniforme y se aprieta más la cola que su mamá, enferma y desde su lecho, le hace como mejor puede. Antes de caer enferma, le hacía trencitas, la ayudaba a cepillarse bien los dientes y le preparaba una lonchera de lujo. Hoy, la peina y le da besitos en las mejillas. A Bertita le encanta su olor y la piel suave y sensible de sus manos.
La panadería queda a la vuelta de la casa, a unos diez pasos de la parada del bus. El suyo es el número 8. El chofer se llama Mario y la maestra encargada es doña Telmita, una viejecita a pocos meses de su jubilación. Bertita la adora, dice que es divertida, pero no tanto como papá.
A las 7:15 pasa. A las 7:16, Bertita se despide de su papá payaso, a quien verá de nuevo a las 12:20, cuando el número 8 la deje a diez pasos de la panadería.
Pero a las 12:21, Bertita no encontró a nadie. Doña Telmita, con todos sus dolores de huesos, la acompañó corriendito hasta su casa. Mario esperaba con los demás niños, sentado y observándolos desde el retrovisor. Las luces de emergencia encendidas.
Al acercarse, notaron la puerta de la casa abierta y una ambulancia parqueada enfrente. La tía de Bertita las encontró asomadas y con un signo de interrogación en el rostro preocupado de doña Telmita. Pero Bertita supo al instante que al día siguiente no iría a la panadería y que papá no estaría de ánimos. Con su manita minúscula se limpió la mejilla. Una lágrima le recordaba mamá y ese olor tan suyo y tan familiar. Como el sabor dulce de la Lengua.
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